
Roído el silencio por el tráfico diario,
me aturdía un rumor de ondas
por el que nadie se inmuta en un país de ciegos.
Como lluvia ácida en el desierto
Un arcoíris letal, invisible,
se extendía hasta el horizonte,
matándonos despacio, sin piedad.
Muertos estabamos en vida,
sedientos de una sed equivocada.
Cargué sobre mí un ansia de olvido.
Abandoné lo que llaman progreso,
y me alejé del hombre y sus inventos.
Unido a la naturaleza, soy vida en ella.
Me recuesto en un lecho vegetal,
y escucho en él el pulso de la tierra.
Aprendo sus ciclos, y ella me curte
en un arte ritual de plena supervivencia,
lejos de un fraude de palabras.
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