
Solo sé que no se nada.
Toda paradoja es un contrasentido, una contradicción, al menos, aparente. Ya que a veces, esa falta de lógica que encontramos en la superficie de algo, es solo un modo de corregir o compensar algo que hay por debajo, que devuelve el equilibrio al asunto en cuestión.
Hace unos años, acudía a una consulta privada, y la doctora, al tomar mis datos y comprobar que me dedico a la docencia, me planteó una duda razonable. Su hija, de cinco o seis años, es lo que hoy denominamos como de “altas capacidades”. Me consultó si creía yo conveniente que su hija continuara en la enseñanza pública, o si aprovecharía mejor su talento en la privada. Le aconsejé lo mejor que pude. Ella me comentaba, todavía con asombro, que a veces la escuchaba hablar de cuestiones de física o de biología, y lo hacía con la soltura de una profesional en su ámbito. Eso es una paradoja: la excepción que confirma la regla. Y la regla es, que una niña lo más que suele comentar a sus padres es acerca de sus amiguitos de clase, no sobre cuestiones de física o de biología.
Tan excepcional es la paradoja, que esta que hoy comento vino a mí de forma casual, y no conozco en persona más casos similares. Aunque todos sabemos de grandes figuras de las ciencias, las artes, o cualquier disciplina, que desde muy jóvenes han venido a demostrar un talento prodigioso. Conocido es el caso de Mozart, que con solo cinco años, ya dominaba teclado y violín, y componía obras musicales.
Ahora bien, en literatura, para que una paradoja sea efectiva, y hasta un ciego pueda verla, no basta con presentar un elemento A que parezca B. Necesitamos contrastar con un elemento B que parezca A. La comparación se hará evidente. Y ya que hablábamos de Mozart, traigo a colación una película de los años ochenta, donde vemos a un jovencísimo Robert Downey Junior interpretando a Mozart en Amadeus. El joven compositor aparece caracterizado como el eterno adolescente, juguetón, gamberro, en fin, bastante irreverente para su época. Pero cómo tocaba el piano, cómo componía. Frente a él, su tutor, Salieri, representa al hombre que se hace a sí mismo, y en su rostro adusto vemos reflejado la disciplina y el esfuerzo que han acompañado su vida, que le han permitido hacerse un nombre y alcanzar reconocimiento social, y aun así, apenas ha conseguido arañar algo de la genialidad de su pupilo. Debió ser para él un insulto, una ofensa a su orgullo herido, una infame broma del destino. Esta es una paradoja completa: el binomio perfecto. En Genusa, está representada en la pareja protagonista. Pero antes de hablar de personajes, tenemos que conocer el contexto.