Anomalía

Si este encuentro formara parte de la partida interminable que ha sido su vida, Paris sentiría el aliento de Udine en su
rostro y un deseo irrefrenable. En cambio, solo capta una belleza y una plenitud embriagadoras. Entran en la casa. Udine quiere mostrársela. Cree reconocer Paris un hogar para ellos, que se refleja en innumerables detalles, no ya de objetos concretos; también de espacios, ambientes, sonidos —ladridos a cielo abierto—. Pero no puede ubicar la casa, pues cada detalle pertenece a un espacio y un momento distintos. Conforman un mosaico de sensaciones aglutinadas. Instantáneas que no visualicé en su momento en mi primer acceso a Paris están aquí mismo, en esta recreación de Udine donde también hay espacio para el arte: El sol naciente de Pelliza: un recuerdo de Roma. Un sol dulce para una segunda luna de miel. En esta bilocación compartida, sin tiempo ni espacio, todos los momentos son posibles, todas las dimensiones, hasta donde abarcan dos seres que se aman. El amor da sentido a cualquier anomalía. Paris se hubiera acomodado para siempre a esta ubicación intermedia, pero el juego continúa por
debajo, y la partida aún no ha terminado.

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