Anomalía

Si este encuentro formara parte de la partida interminable que ha sido su vida, Paris sentiría el aliento de Udine en su
rostro y un deseo irrefrenable. En cambio, solo capta una belleza y una plenitud embriagadoras. Entran en la casa. Udine quiere mostrársela. Cree reconocer Paris un hogar para ellos, que se refleja en innumerables detalles, no ya de objetos concretos; también de espacios, ambientes, sonidos —ladridos a cielo abierto—. Pero no puede ubicar la casa, pues cada detalle pertenece a un espacio y un momento distintos. Conforman un mosaico de sensaciones aglutinadas. Instantáneas que no visualicé en su momento en mi primer acceso a Paris están aquí mismo, en esta recreación de Udine donde también hay espacio para el arte: El sol naciente de Pelliza: un recuerdo de Roma. Un sol dulce para una segunda luna de miel. En esta bilocación compartida, sin tiempo ni espacio, todos los momentos son posibles, todas las dimensiones, hasta donde abarcan dos seres que se aman. El amor da sentido a cualquier anomalía. Paris se hubiera acomodado para siempre a esta ubicación intermedia, pero el juego continúa por
debajo, y la partida aún no ha terminado.

ORO

Un reflejo del sol tras la cortina convierte en oro el marco del cuadro

de un simple hotel de ciudad: punto de encuentro.

Y la estampa que realza se tiñe de oro.

La fronda inmensa tras la ventana es oro verde mecido en el viento.

La cama mullida, las almohadas, se dejan dorar; todo en la cámara.

Y salgo impulsado a la calle, y el trayecto que acarician mis ojos

es una alfombra dorada.

Hasta la escalera desplegada que sostiene tus pies, tu emoción,

cuando llega el tren de los deseos. Doradas serán la tarde, la noche.

Me resta la avidez de robar el cuadro; hacerlo mío.

Encerrar en él estos momentos.

Y si pasa nuestro tiempo, ‒que tal felicidad parece un sueño‒

sentarme a contemplar el cuadro que enmarcó lo nuestro.

Entrar en él, y desaparecer, y allí encontrarte.

Railes infinitos

(…)En este estado de atención plena y obsesiva, a veces, en el duermevela de las noches, entre sueños, creía perfilarse a mis pies, o al filo de una ventana, con una cadencia hipnótica, una fugaz secuencia de traviesas engarzadas en railes infinitos que a veces se entrecruzaban un instante y se perdían luego en el horizonte a gran velocidad. Me sumergía en su rumor metálico y en él quedaba abstraído. Cada tren había partido tiempo atrás, y cada parada era otra estación en tránsito. No reparaba en el paisaje. Por algún motivo ignoto anclaba mi atención en las vías que pasaban vertiginosas bajo mis pies, bajo el vagón de un regional que me llevaba a algún destino ignorado. Creía escuchar también a veces una pieza de piano que mi memoria rescataba de los conciertos. El repertorio que aquel otoño fue generoso, por las noches se atascaba en una pieza tan hermosa como delicada. Siempre a punto de alcanzar su clímax, la perseguida nota, aquella que sostenía el crescendo antes de declinar, se descolgaba, y comenzaba de nuevo la melodía mientras me dejaba imbuir por una intensa emoción.

El beso

Rocé su mejilla tibia, suave. Luego oprimí sus labios. Sin darme apenas cuenta la besé lentamente, explorando su boca, dejándome llevar. Un solo pensamiento quiso romper el flujo del deseo: no puedo estar soñando, ahora no, y todo mi ser se volcó entonces en mi boca para convencerme. Nos apartamos apenas para respirar, distraídas las manos, ahogados nuestros cuerpos al transpirar, y a continuación retomamos el beso, pero ya a destiempo, cuando el tintineo entrecortado de la campanilla desbarató aquellos instantes mágicos.

   Giada necesitó apenas unos segundos para recomponerse. Se alzó como si hubiera despertado bruscamente de un trance. Su pie apartó con destreza la escalera para no tropezar. Se atusó la blusa y el pelo, secó sus labios con la palma de la mano y mirándome azorada, en una disculpa velada, salió al mostrador. Fuera llovía con intensidad.

Nombre de mujer

Casi huérfana de vida, la ciudad tenía más que nunca rostro de mujer, atrincheraba a los hombres en la Casa del Pueblo y en la Prefectura, organizando como podían la defensa de la ciudad. Massimo recorría las calles desangeladas. En su camino solo encontraba rostros femeninos: en el mercado o en improvisados tenderetes, en los negocios que aún permanecían abiertos, también en algunos edificios oficiales; los jardines públicos eran cultivados y vigilados con esmero por ellas, e incluso los tranvías que circulaban casi vacíos por las vías principales los conducían mujeres. Ante este escenario insólito le asaltaba una nueva preocupación, y como no podía ser de otra manera, tenía nombre de mujer.

 

 

Valoración de la editorial

Nos encontramos ante una curiosa y bonita novela romántica histórica que narra la entrañable y profunda conexión amorosa que tiene lugar entre los dos jóvenes protagonistas de la historia: Giacomo y Giada. Esta obra tiene elementos que la permiten situar igualmente en la órbita de la novela histórica; transcurre en un escenario no demasiado tratado literariamente (al menos en España): la Italia de la II Guerra Mundial y los años siguientes. Ya hablaremos del estilo del autor, lo primero que llama la atención en el manuscrito es el realismo y verismo que impregnan cada una de sus páginas; ya sea por las descripciones, ya por los sentimientos expresados por sus personajes, esta obra transmite una gran verosimilitud. Estoy seguro que ha debido suponer un notable esfuerzo de documentación por parte del autor; lo contrario hubiera sido un grave error. No es el caso de Duermevela, una obra que presenta una historia profundamente humana y conmovedora; el autor demuestra conocimiento psicológico y una sensibilidad exquisita para acercarse al alma humana, alejándose siempre de la brocha gorda. Y los escenarios italianos, el contexto espacio-temporal no está por estar; forman parte esencial de la trama; una cosa no tendría sentido sin la otra. 

   La narración sigue la historia de dos jóvenes de muy diversa condición. Giacomo y Giada, dando inicio en una Italia en plena segunda guerra mundial. En la biblioteca central de Bérgamo trabaja Giada, que se encuentra paralelamente enfrentándose a un conflicto sentimental. La voz narradora de Giacomo permite al lector tener acceso directo a sus reflexiones y pensamientos, sus emociones y sentimientos. En este sentido, Duermevela tiene también trazas de novela psicológica. Importa tanto en la historia el interior de la mente de sus protagonistas como la vida externa, física y real. Entre ellos dos se va gestando una historia de amor muy difícil, motivada por una conexión emocional que tiene lugar desde muy temprano. También existe un cierto aire costumbrista en la novela, especialmente cuando la historia se centra en Giacomo y las dificultades que encuentra en su vida. La desaparición de sus padres le llevará a ser acogido por sus tíos y, junto a ellos, conocerá lo que es el esfuerzo del trabajo duro del labrador. La relación entre Giada y Giacomo se ve interrumpida en diversos momentos de la historia, para luego volver a reencontrarse más adelante, en un nuevo lugar, un nuevo momento, una nueva oportunidad. Ambos personajes parecen zarandeados por una fuerza del destino mucho mayor que ellos mismos, en un momento contexto histórico de extrema complejidad.

Duermevela convence. Se trata de una inspirada novela que indaga en lo más profundo de los sentimientos humanos, amorosos y no amorosos. El autor emplea un estilo accesible pero no exento de una remarcable elegancia: una prosa refinada que nunca llega a sentirse sobrecargada o pomposa. Equilibrio y fina elegancia podrían definir este estilo.