NADIE

Aquí, a las puertas del paraíso, me desprendo de mis pobres pertenencias, y renuncio también a ti, quimera de mis deseos, que tantas carencias me has brindado. Sobrio ante la prueba de la esfinge, su mirada me atraviesa el alma con la voz de un temido acertijo. ‒¿Quién llama a las puertas del Edén? ‒Nadie. ‒Entra pues. El destello eterno de miles de tormentas como las vividas, fulmina mis sentidos, y Nadie entra a la eternidad.

DE LEYENDA

Han pasado años, como siglos, y vuelvo a soñar una ciudad de leyenda que no existe sino en mi.  Su arquitectura muda otra vez fachadas y cubiertas imponentes, recortadas contra un marco celeste. Trato de retener en fotos lo que nunca veré de nuevo bajo ese mismo tamiz. Retengo al despertar un sentido de admiración. Venero en secreto la intangible presencia de lo que, sin advertir, he construido en mi ser y ha de perdurar, como una leyenda. Lo que es por fuera es por dentro. En la noche como en el día. Así hablan los sueños.

GERMEN

   Nace el germen de una idea, punta de lanza de un ovillo del que ir tirando sin tirar, despacio, como el tallo crece  hasta dar sombra. Nace así la trama. Al principio no son hojas en blanco, sino escenas, pensamientos nebulosos que irán definiendo la forma corpórea de un personaje y su voz: murmullo de vivencias con las que creció. Abrirá capítulos con ellas. Su sentir dará aliento a sus iguales. Nació con él su problema vital, su impreciso desenlace. Pero dejas que haga su camino, que llene páginas de un diario imaginado. Si eres fiel a ti mismo, harás del lector su  cómplice.

CAYENDO HACIA LA HERIDA

Un tiempo cayendo hacia la herida conduce a Paris a esta otra versión reciente, con otro nombre y otra vida, a un nuevo rostro y al dolor de una pérdida. A él se dirige como víctima propiciatoria, en un rol que asumió resignado. Cuando llega caminando, sudoroso, hasta la mísera vivienda encajonada en el poblado, entre rostros cubiertos de mugre y pesar que le miran apesadumbrados, le recibe la faz ajada de una mujer. Su madre es pobre hasta en palabras, que caen sobre él como las mismas rocas que desde los trece años él ha estado acarreando. Te has ido y has dejado morir a tu padre. Tu deber estaba en la mina. Duras y crueles palabras que en su inocencia no supo interpretar entonces, daban a entender que debió caer él. Una boca más que alimentar para lo poco que daba de sí. Abrazos y pésames. Algo de esas crueles palabras ha quedado grabado en su memoria, y luego, años después, ese rostro acerado y grave ha seguido sus pasos recordándole en todo momento su falta. Nunca le perdonó. A su hijo. Una criatura inocente decidida a asumir la impostura. Esta es la naturaleza humana del amor en tinieblas. Se inmola en un altar de sacrificio más allá de toda obligación.

NUESTRA CANCIÓN

Era al principio una simple nota. Esa cadencia que a menudo me sorprendía, se fue desplegando hasta entregarme tu melodía. Con cada encuentro o recuerdo tuyo, cualquier nota mucho tiempo olvidada tiñe de emoción renovada esa vieja canción que solo por tí sé cantar y hemos hecho nuestra. Hoy la llevo conmigo. Colapsa en mí cuando estamos juntos, y en tu ausencia, mis labios la tararean sin cesar, como si al hacerlo se cruzaran con los tuyos, y todo empezara otra vez.

OMISIÓN

Una coma, una exclamación, una pregunta omitidas. Te sentaste al umbral de tu vida, y la viste pasar envuelto en un mar de dudas. Te enredó sin apenas darte cuenta. Sin apenas darte cuenta, dejaste tanto por hacer… La frase oportuna, párrafos sublimes, páginas enteras de una trama fascinante. Cuánto se perdió en el tintero, que otros escribirían para sí. Y aún aguardas los pasos de ese amor tardío para sentaros juntos a compartir el umbral de tu vida.