
Profético fue su nombre. Buena Esperanza. Desde las alturas, sobre una bruma densa, mi catalejo lo apuntaló: dibujó un sólo trazo, y mis ojos se abrieron como nunca antes. Y la mágica palabra quedó atrapada en mi garganta. Fue un golpe brutal. Basculamos. Me columpió en su vela antes de arrojarme al agua. Cuando salí a flote la carabela se astillaba y ardía entre los escollos. Me aferré a la esperanza, aún sin fuerzas para gritar: ¡Tierra, tierra! El Buena Esperanza mutaba hacia algo nuevo. Fue por eso que pude alcanzar la costa. Mi regalo: otra vida. Y en la orilla, entre cuerpos inermes, entendí el mensaje.