CAYENDO HACIA LA HERIDA

Un tiempo cayendo hacia la herida conduce a Paris a esta otra versión reciente, con otro nombre y otra vida, a un nuevo rostro y al dolor de una pérdida. A él se dirige como víctima propiciatoria, en un rol que asumió resignado. Cuando llega caminando, sudoroso, hasta la mísera vivienda encajonada en el poblado, entre rostros cubiertos de mugre y pesar que le miran apesadumbrados, le recibe la faz ajada de una mujer. Su madre es pobre hasta en palabras, que caen sobre él como las mismas rocas que desde los trece años él ha estado acarreando. Te has ido y has dejado morir a tu padre. Tu deber estaba en la mina. Duras y crueles palabras que en su inocencia no supo interpretar entonces, daban a entender que debió caer él. Una boca más que alimentar para lo poco que daba de sí. Abrazos y pésames. Algo de esas crueles palabras ha quedado grabado en su memoria, y luego, años después, ese rostro acerado y grave ha seguido sus pasos recordándole en todo momento su falta. Nunca le perdonó. A su hijo. Una criatura inocente decidida a asumir la impostura. Esta es la naturaleza humana del amor en tinieblas. Se inmola en un altar de sacrificio más allá de toda obligación.

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