El beso

Rocé su mejilla tibia, suave. Luego oprimí sus labios. Sin darme apenas cuenta la besé lentamente, explorando su boca, dejándome llevar. Un solo pensamiento quiso romper el flujo del deseo: no puedo estar soñando, ahora no, y todo mi ser se volcó entonces en mi boca para convencerme. Nos apartamos apenas para respirar, distraídas las manos, ahogados nuestros cuerpos al transpirar, y a continuación retomamos el beso, pero ya a destiempo, cuando el tintineo entrecortado de la campanilla desbarató aquellos instantes mágicos.

   Giada necesitó apenas unos segundos para recomponerse. Se alzó como si hubiera despertado bruscamente de un trance. Su pie apartó con destreza la escalera para no tropezar. Se atusó la blusa y el pelo, secó sus labios con la palma de la mano y mirándome azorada, en una disculpa velada, salió al mostrador. Fuera llovía con intensidad.

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