EL JARDÍN DE LOS SUEÑOS ROTOS

Salí al jardín hastiada del bullicio de la fiesta. Me acerqué a otra alma solitaria apostada como una estatua junto al roble. Creí recordar sus ojos verdes, en tiempo luminosos. Me saludó y apuró su copa con un brindis. Me presenté como Meli. Siempre es mejor que un nombre largo y triste. Refrescó mi memoria: soy Amor ¿recuerdas? Claro que lo recordaba. Asentí.

Escuchaba el rumor estridente de risas, música… toda esa farándula que habita en la superficie. Éramos convidados de piedra, pero nuestros latidos casi podían escucharse entrelazados en el silencio del jardín. Llevábamos dentro nuestra propia música, y alguna canción que muchos habrían olvidado, si es que alguna vez la conocieron.

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