REMORDIMIENTO

Rebasados los ochenta, se sentía como un viejo utilitario que ha ido perdiendo piezas por una carretera difícil. Se permitía aún caminar despacio pero erguido, respirar a veces a resuello. Aparte de esto había algo irrenunciable en su vida: necesitaba el perdón de su princesa; y no quería morir sin recibirlo. Por eso cada tarde, subía la calle angosta, por la que ya no cabían ni el orgullo ni la indolencia, y al llegar a la esquina, bajo el árbol reseco, alzaba la mirada a la ventana y creía ver, a través de un enjambre de ramas secas, una cortina que se agitaba para volver luego a su lugar, y siempre el corazón le daba un vuelco.  
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