Railes infinitos

(…)En este estado de atención plena y obsesiva, a veces, en el duermevela de las noches, entre sueños, creía perfilarse a mis pies, o al filo de una ventana, con una cadencia hipnótica, una fugaz secuencia de traviesas engarzadas en railes infinitos que a veces se entrecruzaban un instante y se perdían luego en el horizonte a gran velocidad. Me sumergía en su rumor metálico y en él quedaba abstraído. Cada tren había partido tiempo atrás, y cada parada era otra estación en tránsito. No reparaba en el paisaje. Por algún motivo ignoto anclaba mi atención en las vías que pasaban vertiginosas bajo mis pies, bajo el vagón de un regional que me llevaba a algún destino ignorado. Creía escuchar también a veces una pieza de piano que mi memoria rescataba de los conciertos. El repertorio que aquel otoño fue generoso, por las noches se atascaba en una pieza tan hermosa como delicada. Siempre a punto de alcanzar su clímax, la perseguida nota, aquella que sostenía el crescendo antes de declinar, se descolgaba, y comenzaba de nuevo la melodía mientras me dejaba imbuir por una intensa emoción.

El beso

Rocé su mejilla tibia, suave. Luego oprimí sus labios. Sin darme apenas cuenta la besé lentamente, explorando su boca, dejándome llevar. Un solo pensamiento quiso romper el flujo del deseo: no puedo estar soñando, ahora no, y todo mi ser se volcó entonces en mi boca para convencerme. Nos apartamos apenas para respirar, distraídas las manos, ahogados nuestros cuerpos al transpirar, y a continuación retomamos el beso, pero ya a destiempo, cuando el tintineo entrecortado de la campanilla desbarató aquellos instantes mágicos.

   Giada necesitó apenas unos segundos para recomponerse. Se alzó como si hubiera despertado bruscamente de un trance. Su pie apartó con destreza la escalera para no tropezar. Se atusó la blusa y el pelo, secó sus labios con la palma de la mano y mirándome azorada, en una disculpa velada, salió al mostrador. Fuera llovía con intensidad.

Valoración de la editorial

Valoración de la editorial

Nos encontramos ante una curiosa y bonita novela romántica histórica que narra la entrañable y profunda conexión amorosa que tiene lugar entre los dos jóvenes protagonistas de la historia: Giacomo y Giada. Esta obra tiene elementos que la permiten situar igualmente en la órbita de la novela histórica; transcurre en un escenario no demasiado tratado literariamente (al menos en España): la Italia de la II Guerra Mundial y los años siguientes. Ya hablaremos del estilo del autor, lo primero que llama la atención en el manuscrito es el realismo y verismo que impregnan cada una de sus páginas; ya sea por las descripciones, ya por los sentimientos expresados por sus personajes, esta obra transmite una gran verosimilitud. Estoy seguro que ha debido suponer un notable esfuerzo de documentación por parte del autor; lo contrario hubiera sido un grave error. No es el caso de Duermevela, una obra que presenta una historia profundamente humana y conmovedora; el autor demuestra conocimiento psicológico y una sensibilidad exquisita para acercarse al alma humana, alejándose siempre de la brocha gorda. Y los escenarios italianos, el contexto espacio-temporal no está por estar; forman parte esencial de la trama; una cosa no tendría sentido sin la otra. 

   La narración sigue la historia de dos jóvenes de muy diversa condición. Giacomo y Giada, dando inicio en una Italia en plena segunda guerra mundial. En la biblioteca central de Bérgamo trabaja Giada, que se encuentra paralelamente enfrentándose a un conflicto sentimental. La voz narradora de Giacomo permite al lector tener acceso directo a sus reflexiones y pensamientos, sus emociones y sentimientos. En este sentido, Duermevela tiene también trazas de novela psicológica. Importa tanto en la historia el interior de la mente de sus protagonistas como la vida externa, física y real. Entre ellos dos se va gestando una historia de amor muy difícil, motivada por una conexión emocional que tiene lugar desde muy temprano. También existe un cierto aire costumbrista en la novela, especialmente cuando la historia se centra en Giacomo y las dificultades que encuentra en su vida. La desaparición de sus padres le llevará a ser acogido por sus tíos y, junto a ellos, conocerá lo que es el esfuerzo del trabajo duro del labrador. La relación entre Giada y Giacomo se ve interrumpida en diversos momentos de la historia, para luego volver a reencontrarse más adelante, en un nuevo lugar, un nuevo momento, una nueva oportunidad. Ambos personajes parecen zarandeados por una fuerza del destino mucho mayor que ellos mismos, en un momento contexto histórico de extrema complejidad.

Duermevela convence. Se trata de una inspirada novela que indaga en lo más profundo de los sentimientos humanos, amorosos y no amorosos. El autor emplea un estilo accesible pero no exento de una remarcable elegancia: una prosa refinada que nunca llega a sentirse sobrecargada o pomposa. Equilibrio y fina elegancia podrían definir este estilo.

1. El contexto de Duermevela

En verano de 2007 organicé una pequeñas vacaciones en el norte de Italia . Se trataba de un viaje turístico. La idea era conocer Lombardía, y tomando Milán como epicentro, moverme alrededor no más de 80 kms., durante 9 días.  Al norte el lago Como, y Bérgamo al sur. Cuando visité la ciudad alta de Bérgamo, dejando atrás el funicular, al pasear por aquellas calles que parecían transportarme en el tiempo a otra época, me resultó una experiencia tan evocadora que, con el piano de Ludovico Einaudi y su «Divenire» como fondo musical, me fue muy fácil imaginar a mis personajes deambular por las calles y plazas del corazón de la ciudad. Entonces tuve claro que era el lugar ideal para contar mi historia, para iniciar toda la trama que recorrería luego el lago Como y Milán, la capital del norte. Los tres, son escenarios de la novela. Aunque la historia también abarca La Spezia, y su «costa de los poetas», una región de Italia que mira al mar, donde pongo el broche final a esta historia.

6. Fragmento: Una guitarra

Giada se acercó despacio, sin hacer ruido, y vio a un anciano enjuto de barba blanca y descuidada cubierto con un sombrero puntiagudo; se apoyaba en el murete, a la sombra de un árbol desvencijado, mutilado como toda la hilera que a duras penas defendía del sol ese flanco de la plaza. El tiempo se había detenido allí, y solo la guitarra parecía pautar a su ritmo los minutos, destilando vida a una ciudad moribunda. A sus pies reposaba un bombín con algunas monedas. Giada permaneció a unos metros, inmóvil, solo escuchando las notas envolventes que parecían transportarla a un lugar remoto y vibrante. Tuvieron el mágico poder de hacer que los minutos que arrastraba el hastío volaran como instantes. La canción terminó y el viejo alzó la cabeza. Giada quiso creer que el sol filtrado entre las ramas secas había llenado de arrugas su rostro, cuando no era otra cosa que el silencio. Con él llegó un aroma, e intuyó una presencia.

   Giada entendió que era ciego.

5. Buscando el tono: el personaje

El tono habita la ciudad, la recorre. He buceado en la memoria de la ciudad (Bérgamo). He paseado por sus plazas luminosas, soleadas. He recorrido sus calles estrechas, a menudo cargadas de historia. También he buceado en sus bibliotecas y, documentándome entre sus libros he encontrado también a Pipelé: un anciano que solía tocar su guitarra entre las callejas de la ciudad alta. Era ciego. Seguro que era conocido y apreciado por los vecinos. Ahora es también un personaje de esta novela. ¿Por qué? Os preguntareis. Esta novela tiene un elemento de ficción muy consistente, que no puedo revelar. Tendréis que descubrirlo vosotros. Pero tenía que buscar un contrapeso que diera un efecto de veracidad, y apuntalar la trama con elementos que dieran credivilidad a la ficción.