REMORDIMIENTO

Rebasados los ochenta, se sentía como un viejo utilitario que ha ido perdiendo piezas por una carretera difícil. Se permitía aún caminar despacio pero erguido, respirar a veces a resuello. Aparte de esto había algo irrenunciable en su vida: necesitaba el perdón de su princesa; y no quería morir sin recibirlo. Por eso cada tarde, subía la calle angosta, por la que ya no cabían ni el orgullo ni la indolencia, y al llegar a la esquina, bajo el árbol reseco, alzaba la mirada a la ventana y creía ver, a través de un enjambre de ramas secas, una cortina que se agitaba para volver luego a su lugar, y siempre el corazón le daba un vuelco.  

BUENA ESPERANZA

Profético fue su nombre. Buena Esperanza. Desde las alturas, sobre una bruma densa, mi catalejo lo apuntaló: dibujó un sólo trazo, y mis ojos se abrieron como nunca antes. Y la mágica palabra quedó atrapada en mi garganta. Fue un golpe brutal. Basculamos. Me columpió en su vela antes de arrojarme al agua. Cuando salí a flote la carabela se astillaba y ardía entre los escollos. Me aferré a la esperanza, aún sin fuerzas para gritar: ¡Tierra, tierra! El Buena Esperanza mutaba hacia algo nuevo. Fue por eso que pude alcanzar la costa.  Mi regalo: otra vida. Y en la orilla, entre cuerpos inermes, entendí el mensaje.

FIEBRE

Uno más en vagón de cola,

los demonios andan sueltos en la madrugada.

Entre el vaho que destila la noche,

mi fiebre supura sombras inquietantes.

Retuerces en mi abrazo tu oscura melena.

Esa mirada ebria acaricia algún rincón de mi memoria.

Cuando el vagón escupa su carga,

tú seguirás ahí, columpiándote en mi abismo.

Aún pareces susurrarme:

Por nuestros días felices

VOLVER

Presiento que volveré. Creo que al final lo haré. Aunque ya no sea el mismo, y tampoco el lugar. Pero en un rincon de esta memoria herida, guardado en un fatuo olvido, retengo lo que allí fue. Sé que al volver, lo anudado se desatará. Vivo en una maraña de apretados nudos: nido de crías desvaídas con ansias de un último vuelo.

EL JARDÍN DE LOS SUEÑOS ROTOS

Salí al jardín hastiada del bullicio de la fiesta. Me acerqué a otra alma solitaria apostada como una estatua junto al roble. Creí recordar sus ojos verdes, en tiempo luminosos. Me saludó y apuró su copa con un brindis. Me presenté como Meli. Siempre es mejor que un nombre largo y triste. Refrescó mi memoria: soy Amor ¿recuerdas? Claro que lo recordaba. Asentí.

Escuchaba el rumor estridente de risas, música… toda esa farándula que habita en la superficie. Éramos convidados de piedra, pero nuestros latidos casi podían escucharse entrelazados en el silencio del jardín. Llevábamos dentro nuestra propia música, y alguna canción que muchos habrían olvidado, si es que alguna vez la conocieron.