Encerrado en esta paradoja…

Encerrado en esta paradoja, sé con precisión cuántos millones de kilómetros me separan de la Tierra, y de la I.O.S., cada día más próxima, pero no tengo ni remota idea de la distancia que nos separa a ti y a mí de un final feliz. Cada día te escribiré, te lanzaré mi mensaje en un fotón-lanzadera, sin saber cuándo te llegará, si me añoras, si habrás remontado otro endiablado tsunami, si tendrás a alguien ya a tu lado que te ayude a olvidarme.

   En medio del vacío te sigo amando, como ves, ahora a la velocidad de la luz.

Anomalía

Si este encuentro formara parte de la partida interminable que ha sido su vida, Paris sentiría el aliento de Udine en su
rostro y un deseo irrefrenable. En cambio, solo capta una belleza y una plenitud embriagadoras. Entran en la casa. Udine quiere mostrársela. Cree reconocer Paris un hogar para ellos, que se refleja en innumerables detalles, no ya de objetos concretos; también de espacios, ambientes, sonidos —ladridos a cielo abierto—. Pero no puede ubicar la casa, pues cada detalle pertenece a un espacio y un momento distintos. Conforman un mosaico de sensaciones aglutinadas. Instantáneas que no visualicé en su momento en mi primer acceso a Paris están aquí mismo, en esta recreación de Udine donde también hay espacio para el arte: El sol naciente de Pelliza: un recuerdo de Roma. Un sol dulce para una segunda luna de miel. En esta bilocación compartida, sin tiempo ni espacio, todos los momentos son posibles, todas las dimensiones, hasta donde abarcan dos seres que se aman. El amor da sentido a cualquier anomalía. Paris se hubiera acomodado para siempre a esta ubicación intermedia, pero el juego continúa por
debajo, y la partida aún no ha terminado.

SÚMMUM

Hubo entonces un silencio antes de Jonah, el hermano perdido. Lo hubo antes de Udine, el amor perdido. Hay ahora un silencio denso, inquebrantable. ¿Y qué queda por perder? Te preguntas con acierto. La respuesta lleva implícito su nombre: Paris Duserm, parada final de una odisea épica. Última máscara de incontables réplicas, cada una de ellas más elaborada y depurada que la anterior. Cuando el Paris que conocemos caiga entre sus escombros como un cascarón reseco y quebrado, de sus restos se levantará el súmmum de todas sus versiones.

CAYENDO HACIA LA HERIDA

Un tiempo cayendo hacia la herida conduce a Paris a esta otra versión reciente, con otro nombre y otra vida, a un nuevo rostro y al dolor de una pérdida. A él se dirige como víctima propiciatoria, en un rol que asumió resignado. Cuando llega caminando, sudoroso, hasta la mísera vivienda encajonada en el poblado, entre rostros cubiertos de mugre y pesar que le miran apesadumbrados, le recibe la faz ajada de una mujer. Su madre es pobre hasta en palabras, que caen sobre él como las mismas rocas que desde los trece años él ha estado acarreando. Te has ido y has dejado morir a tu padre. Tu deber estaba en la mina. Duras y crueles palabras que en su inocencia no supo interpretar entonces, daban a entender que debió caer él. Una boca más que alimentar para lo poco que daba de sí. Abrazos y pésames. Algo de esas crueles palabras ha quedado grabado en su memoria, y luego, años después, ese rostro acerado y grave ha seguido sus pasos recordándole en todo momento su falta. Nunca le perdonó. A su hijo. Una criatura inocente decidida a asumir la impostura. Esta es la naturaleza humana del amor en tinieblas. Se inmola en un altar de sacrificio más allá de toda obligación.

4. Odisea

Y hablando de odiseas, viene a mí la figura de Ulises, y su periplo por las islas del mar Egeo. En la Odisea, Ulises y sus nautas deben enfrentarse a múltiples peligros y criaturas míticas. También a la hechicera Circe, que atrae a sus hombres con buen vino y mujeres, y los acaba convirtiendo en cerdos. Aunque lograra escapar a sus hechizos, no deja de ser una historia cruel. Pero imagina que, tras robarles la memoria, los dejara libres. Imagina a Ulises navegando a la deriva por los mares de Grecia, hasta llegar por azar a Ítaca, donde su esposa Penélope lo recibiría con los brazos abiertos, y celebrarían el feliz regreso durante tres días. Pero Ulises no recuerda quién es, y apenas recala en la isla y se va de nuevo. Es cruel olvidar hasta ese punto, y estar tan cerca del hogar, y pasar de largo.

Y quién no tuvo alguna vez un sueño, un proyecto, pero la inercia de la vida, las responsabilidades sociales, laborales, familiares, lo fueron posponiendo, hasta hacerle olvidar por completo aquel propósito. Esto también le ha ocurrido a Paris. Aunque esta misión va a ayudarle a recordar, encontrando un hilo conductor que unificará y dará sentido a sus memorias olvidadas. Hallará una salida al complicado laberinto en que había convertido su vida. Esto va a suponer que, una vez superada su cuadrícula mental, su rango de frecuencias se amplíe hasta abargar las notas más agudas de su «canción».