6. Fragmento: Una guitarra

Giada se acercó despacio, sin hacer ruido, y vio a un anciano enjuto de barba blanca y descuidada cubierto con un sombrero puntiagudo; se apoyaba en el murete, a la sombra de un árbol desvencijado, mutilado como toda la hilera que a duras penas defendía del sol ese flanco de la plaza. El tiempo se había detenido allí, y solo la guitarra parecía pautar a su ritmo los minutos, destilando vida a una ciudad moribunda. A sus pies reposaba un bombín con algunas monedas. Giada permaneció a unos metros, inmóvil, solo escuchando las notas envolventes que parecían transportarla a un lugar remoto y vibrante. Tuvieron el mágico poder de hacer que los minutos que arrastraba el hastío volaran como instantes. La canción terminó y el viejo alzó la cabeza. Giada quiso creer que el sol filtrado entre las ramas secas había llenado de arrugas su rostro, cuando no era otra cosa que el silencio. Con él llegó un aroma, e intuyó una presencia.

   Giada entendió que era ciego.

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